Ocho meses después de subir al trono tras la muerte de Isabel II, Carlos III fue solemnemente coronado ayer junto a su esposa Camila en una fastuosa ceremonia, única en Europa, que el Reino Unido no vivía hacía 70 años.
En la suntuosa Abadía de Westminster, en el centro de Londres, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de la Iglesia de Inglaterra, colocó al fin la esperada corona de San Eduardo sobre la cabeza del monarca, de 74 años. No había sido llevada desde la coronación en 1953 de su madre, fallecida en setiembre último.
La coronación de Camila como reina es la culminación del largo y tormentoso camino que ha tenido que recorrer, desde que en su día fue vilipendiada por ser la amante del ahora rey, relación que sacudió los cimientos de la monarquía británica, hasta su aceptación por la opinión pública. Ella es desde ayer reina del Reino Unido, sin el añadido de consorte, como había pedido Isabel II que fuera llamada cuando “llegue el momento”, en referencia al ascenso de Carlos III.