Otra vez de viaje, el papa Francisco viajó a Portugal durante cinco días con motivo de la 37ª Jornada Mundial de la Juventud de la Iglesia Católica. El jefe eclesiástico, que sólo había permanecido en el Vaticanoseis semanas después de su hospitalización y apenas había tenido apariciones públicas, dejó su impronta en el encuentro de Lisboa.
«Permitidme que, como anciano, comparta con vosotros, jóvenes, un sueño que llevo dentro: es el sueño de la paz, el sueño de los jóvenes que rezan por la paz, viven en paz y construyen un futuro de paz», dijo Francisco, de 86 años. Momentos antes había lamentado el continuo sufrimiento de la «querida Ucrania».
Aparte de las típicas palabras críticas de Francisco sobre Europa, el discurso del Papa en Lisboa, rara vez estuvo marcado por la política. Se había dicho de antemano que en Fátima, Francisco formularía un llamado por la paz con ocasión de la agresión rusa contra Ucrania. Pero el sumo pontífice dejó a un lado el manuscrito que tenía preparado y habló de la necesidad de que de una apertura en la Iglesia: «¡La Iglesia no tiene puertas abiertas para que entre todo el mundo!», dijo.
La escena de Fátima encaja con muchas comparecencias en este viaje. Francisco se abstuvo de recitar manuscritos preparados, en cambio, se dirigió a la gente con libertad de palabra, mostrándose, sobre todo, como un pastor o misionero de una Iglesia abierta y acogedora. Y los jóvenes lo celebraron.
Tampoco suprimió el tema de los abusos, siempre presente en la Iglesia. Francisco se reunió en Lisboa con víctimas de abusos sexuales por parte del clero. Y al principio del viaje, instó a los obispos portugueses a escuchar a las víctimas, porque, hasta ahora, los obispos del país anfitrión no habían mostrado el mayor celo a la hora de afrontar los delitos.
Tensiones en la política eclesiástica
El enfático alegato del papa Francisco en favor de una Iglesia abierta es, ante todo, una señal eclesiástico-política. Pues las controversias eclesiásticas se agudizan este año, tras la muerte de su predecesor emérito, Benedicto. Representantes eclesiásticos conservadores o reaccionarios, tanto en el aparato vaticano como en la Iglesia universal, también están expresando públicamente claras críticas a la trayectoria de Francisco.
En junio, Francisco tuvo que pasar nueve días en el hospital a causa de una compleja operación abdominal. Al salir del hospital, dijo sonriente a los periodistas: «Sigo vivo». Palabras que ya había utilizado en 2021 tras ser hospitalizado por una operación intestinal. «Sigo vivo. Aunque algunos preferirían verme muerto», dijo entonces. Algunos de los eclesiásticos del Vaticano habrían pensado que estaba peor de lo que se decía. Por eso ya habían preparado un posible cónclave. En diciembre, Francisco cumplirá 87 años; ya es uno de los papas más ancianos de la historia de la Iglesia, sin embargo, nunca antes un papa de esa edad había dado la vuelta al mundo en avión.
La libertad de expresión, más allá de los manuscritos preformulados por el Estado Mayor, le sienta a Francisco como su propia obra mediática. Mientras estaba en Lisboa, se publicó una entrevista con la revista eclesiástica española «Vida Nueva», que probablemente también sorprendió a los periodistas vaticanos, y por un día apartó de las noticias a la Jornada Mundial de la Juventud. Allí se volvió contra una fijación de la Iglesia y su pastoral en cuestiones morales. Si sólo «hablas de castidad con los jóvenes, los ahuyentas a todos», dijo. Eso es pastoral «ideológica». Los jóvenes en camino al sacerdocio deberían preferir jugar al fútbol antes que ser «rígidos» y «dogmáticos», señaló.
La visita a Portugal, su 42º viaje al extranjero desde 2013, marca el inicio de la que quizá sea la fase más emocionante del mandato de este papa, el argentino Jorge Bergoglio. El próximo viaje aún está por llegar, y le llevará a Mongolia desde el 31 de agosto hasta el 4 de septiembre, y a mediados de septiembre estará dos días en Marsella. A principios de octubre comenzará en el Vaticano el Sínodo Mundial de los Obispos sobre nuevas formas de diálogo y participación en la Iglesia. Para Francisco, se trata de dar la espalda al clericalismo, ese distanciamiento de una clase sacerdotal preocupada por el poder, que a menudo se lamenta en la Iglesia católica de hoy. Este Sínodo tratará de reformas, pero, desde luego, no de revoluciones.