El mismo viernes de mediados de julio en que el Sindicato de Actores de Cine declaró la huelga, los directores de algunos de los festivales de cine más importantes del otoño de 2023 se pusieron en contacto por Zoom.
Era una reunión de rivales simbióticos, una tregua temporal entre las cuatro casas –Venecia, Telluride, Toronto, Nueva York– que se comunicaban desde tres husos horarios diferentes. Normalmente, estos festivales, que se celebran todos en septiembre y octubre y se consideran la primera parada en el camino hacia los Oscar, son feroces competidores que se disputan los estrenos mundiales y el derecho a presumir de ser el primero en proyectar la próxima película ganadora.
Pero en los primeros días de la huelga, dice el director del Festival Internacional de Cine de Venecia, Alberto Barbera, esas llamadas de Zoom se convirtieron en un grupo de apoyo. Todos se enfrentaban a la misma crisis existencial: ¿cómo sobrevive una celebración mundial del cine sin sus estrellas?
“Inmediatamente nos entró el pánico, porque nadie sabía lo que podía pasar”, explica Barbera, que de repente se vio amenazado por estudios y productoras cuyas películas ya habían confirmado su asistencia a Venecia. A otros festivales les ocurría lo mismo, en un momento en el que acababan de recuperarse de la pandemia (que cerró muchos festivales durante un año). Era como un grupo de amigas que se reúnen en un bar y se enteran de que las acaban de dejar. Solidaridad. Apoyo incondicional. Chupitos de vodka metafóricos.
Cuando la mayoría de la gente piensa en la huelga, provocada por la ruptura de las negociaciones contractuales entre el Sindicato de Actores (SAG-AFTRA, por sus siglas en inglés) y la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP, que representa a estudios de cine, cadenas de televisión y servicios de streaming como Amazon, Apple, Disney, NBCUniversal, Netflix, Paramount, Sony y Warner Bros. Discovery), se imagina a los actores negándose a acudir al rodaje y paralizando las producciones. Pero, según las normas del sindicato, los actores también tienen prohibido promocionar películas que ya hayan rodado, a menos que la producción haya negociado un acuerdo provisional con el SAG. Eso significa que no hay alfombras rojas, ni entrevistas, ni sesiones de preguntas y respuestas después de la proyección, ni redes sociales que puedan percibirse como promoción de un proyecto AMPTP.
Parte del trabajo de un actor es vender su trabajo a los espectadores. Warner Bros. gastó 150 millones de dólares en marketing para Barbie, y tuvo la suerte de conseguir semanas de Margot Robbie y Ryan Gosling bromeando entre sí en sitios de cine y programas de entrevistas de todo el mundo (al menos los que no se cerraron por la huelga simultánea e histórica del Sindicato de Guionistas) antes de que comenzara la huelga de actores. Sin Robbie apareciendo en los eventos vestida como Barbie vintage, creando fotografías que siguen circulando por TikTok, ¿seguiría esa película en camino de ganar 1.000 millones de dólares en todo el mundo?
Inmediatamente, la huelga desordenó todo el calendario del otoño en el hemisferio norte, ya que los ejecutivos de los estudios y de las cadenas de streaming se encerraron en salas de guerra para decidir si merecía la pena estrenar películas cuando las estrellas no podían hablar de ellas ni hacer campaña para los premios de la Academia. (Y quién sabe cuándo se celebran los Oscar; los Emmy ya se han retrasado). Mientras tanto, los festivales de cine, cuya principal misión es mostrar nuevas películas y talentos, a menudo con la fanfarria de muchos estrenos de alfombra roja, se quedaron en un caótico limbo.
Ante la incertidumbre, los responsables de los festivales debatieron cómo podían unirse para convencer a los responsables de la importancia de sus eventos para la industria. Fue un momento de rara colaboración que, según Barbera, solo se había producido una vez antes, en 2020 y 2021, cuando un grupo más amplio de directores de festivales celebró reuniones semanales para ver cómo gestionar los cierres por la pandemia. Entonces, ese martes, las producciones empezaron a llamar, la mayoría de ellas con buenas noticias. Vendrían de todos modos, con o sin sus actores. Crisis evitada. Solidaridad disuelta. Se reanuda la competencia. “En ese momento, dejamos de hablarnos”, dice Barbera.
Desde fuera, los festivales de cine pueden parecer el territorio de los privilegiados, el patio de recreo del 1%, y hasta cierto punto lo son. Pero también son como grandes conferencias de la industria, divertidas e inclusivas, llenas de prensa que intenta conseguir entrevistas, ejecutivos que buscan talentos y cineastas que intentan establecer contactos, con un montón de cinéfilos normales mezclados. En Telluride, que utiliza un sistema de pases adquiridos por niveles, los estudiantes pueden solicitar una beca para asistir gratis e incluso recibir un viático para el alojamiento. En Venecia, Toronto y Nueva York, que también tienen programas o descuentos para jóvenes, cualquiera puede comprar una entrada, normalmente por menos de lo que cuesta ir al cine.
Lo preocupante, sin embargo, es qué ocurrirá con esas multitudes si la huelga continúa en septiembre. Todas las películas ganadoras del premio a la mejor película desde No Country for old men, de 2008, han debutado en un festival de cine, y la mayoría de ellas en estos festivales de otoño. Para las películas independientes que nadie vio venir –Moonlight, La La Land, Slumdog Millionaire, 12 Years a Slave, Everything Everywhere All at Once–, los festivales son su equivalente a una campaña de marketing de Barbie, donde comienza toda la expectación.
Con menos famosos, puede que haya menos miembros de la prensa que justifiquen los desorbitados costos de alojamiento, menos patrocinadores dispuestos a arrimar el hombro, menos ejecutivos que compren películas, menos espectadores que acudan por primera vez para empaparse de la emoción y, por tanto, menos de todos los que vuelvan al año siguiente, cuando las carteleras podrían enfrentarse a una sequía de contenidos a causa de las huelgas. Si eliminamos el factor X de Lady Gaga con un corsé negro montada a horcajadas sobre un taxi acuático de camino a Venecia (como hizo en 2018 para A Star is Born) o a Robert Downey Jr. arrastrando los pies sobre el escenario en pantalones de MC Hammer para presentar un documental que hizo sobre su padre (Telluride, 2022) o a Benedict Cumberbatch poniéndose rojo como una remolacha cuando una mujer se levanta en una sesión de preguntas y respuestas para decirle lo “delicioso” que es (Toronto, 2014), ¿qué queda?
En muchos sentidos, la huelga es como una prueba de esfuerzo en la que se ponen de manifiesto las verdaderas diferencias entre los festivales.
Venecia, el más ostentoso de todos (un antiguo asistente lo definió como “Cannes, pero más”), es el que más va a notar el impacto de la ausencia de actores; no se puede ignorar el efecto sísmico de Timothée Chalamet con un overol de seda roja sin espalda. El festival anunció la semana pasada un cartel de lujo que atraerá la atención sólo por sus películas: El asesino, de David Fincher, con Michael Fassbender; el biopic de Priscilla Presley, de Sofia Coppola; Ferrari, de Michael Mann, con Adam Driver; Pobrecitos, de Yorgos Lanthimos, con Emma Stone.
Pero Venecia también fue la primera en sufrir una baja relacionada con la huelga, cuando Challengers, de Luca Guadagnino, un triángulo amoroso en el mundo del tenis protagonizado por Zendaya que estaba previsto que fuera la película inaugural, retrasó su fecha de estreno a abril de 2024 y se retiró del festival, en contra de los deseos de Guadagnino, que “luchó como un león” contra el cambio, dice Barbera. “Amazon, MGM y Warner Bros. estaban muy preocupados por traer la película sin la posibilidad de contar con la promoción que aporta Zendaya”, dijo Barbera. (La joven actriz tiene 184 millones de seguidores en Instagram, y el tráiler de Challengers fue el más visto de la historia en las primeras 24 horas de su estreno).
Luego está el canario en la mina de carbón para los actores-directores: el biopic de Leonard Bernstein Maestro, de Bradley Cooper, que también protagoniza. Es una película de Netflix, por lo que Cooper debe, esencialmente, luchar contra sí mismo. “No fue fácil para él, en absoluto, decidir retirarse o no”, dice Barbera. “Finalmente me llamó para decirme que quería tener la película en competición en Venecia, pero que no vendrá”.
Otras películas de la AMPTP, como Poor Things (Searchlight Pictures), The Killers (Netflix) y el cortometraje de Wes Anderson The Wonderful World of Henry Sugar, basado en el cuento de Roald Dahl (también Netflix), tampoco tendrán reparto allí. Pero Barbera confía en que no será una Venecia totalmente vacía de estrellas. La mayoría de las películas del festival, dice, son producciones independientes que están solicitando permiso al SAG para llevar protagonistas allí, incluidos proyectos europeos con miembros del SAG como Léa Seydoux. “Es una situación sin precedentes”, afirma Barbera. “Seguro que Venecia este año estará más dirigida por los directores que de costumbre”.
Cuáles de esas películas obtendrán acuerdos provisionales está en el aire y en función de cada caso; actualmente el sindicato está dando prioridad a películas y programas de televisión en plena producción. “Es importante que la gente entienda que no se trata de que alguien obtenga una exención especial”, dijo el negociador jefe de SAG-AFTRA, Duncan Crabtree-Ireland. “En realidad están firmando un convenio colectivo completo con nosotros en los términos que ofrecimos a la AMPTP el 12 de julio”. Estas películas –llamémoslas “cooperadoras”– aceptan las condiciones del SAG, como ofrecer indemnizaciones residuales y no utilizar la imagen de los actores para publicidad indirecta. Y siempre que no tengan vínculos secretos con la AMPTP, sus talentos reciben luz verde para promocionarse sin ser vistos como rompehuelgas.
El Festival Internacional de Cine de Toronto, igualmente orientado a las estrellas, se encuentra en la misma situación que Venecia, pero a una escala mucho mayor. Cuando estalló la huelga, sólo perdieron tres o cuatro largometrajes de su enorme cartel de 220, dice el director artístico del TIFF, Cameron Bailey, y la semana pasada anunciaron que abrirán con la esperadísima The Boy and The Heron, del maestro de la animación japonesa Hayao Miyazaki. También se estrena Dumb Money, un “nerd-thriller” sobre el “short squeeze” de GameStop protagonizado por Paul Dano y Shailene Woodley; un documental sobre las acusaciones de acoso sexual contra Louis C.K.; y una serie de debuts como directores de actores como Anna Kendrick, Michael Keaton, Chris Pine y Kristin Scott Thomas.
Aún no está claro cuáles actores-directores podrán promocionar sus películas. Incluso los que lleguen a acuerdos provisionales con el SAG pueden decidir no acudir. “Hemos tenido compromisos de algunas personas prominentes que dijeron que ciertamente respetan los objetivos de la huelga, y creen que pueden hacerlo sin dejar de asistir al festival”, dijo Bailey. “Y así, cuando Viggo Mortensen nos dice que estará aquí, o Ethan Hawke nos dice que estará aquí, sabemos que podemos contar con ello”.
Ambos han dirigido películas que se estrenarán en el TIFF, pero sólo Mortensen protagoniza la suya (producida y distribuida por empresas independientes; la de Hawke ya tiene un acuerdo). Esta semana, el TIFF ha anunciado que homenajeará a Pedro Almodóvar y Spike Lee, directores que tendrán más protagonismo este año. El festival también está trabajando en la forma de mostrar a los principales actores internacionales de los 74 países que tendrán películas en el festival, como el hongkonés Andy Lau, la estrella de Bollywood Arjun Rampal y el surcoreano Lee Byung-hun. “Se trata de películas realizadas fuera de las empresas que están sujetas a la huelga, por lo que tenemos previsto celebrar plenamente –quizá incluso más este año– el talento internacional que está llegando”, afirmó Bailey.
El TIFF, más que los demás festivales de otoño, se enorgullece de ser el más grande y populista. Cualquiera puede comprar entradas, y el año pasado asistieron 600.000 personas durante 10 días. No tiene competiciones con jurado; en su lugar, un codiciado premio del público es conocido por coronar a los ganadores de los Oscar que agradan al público, como El discurso del rey y Green Book.
Las alfombras rojas son una atracción importante (el festival tiene una sección para “galas”), y la preocupación del TIFF, dice Bailey, es cómo responderá su público si se reducen considerablemente, por no mencionar cómo complacerá el TIFF a patrocinadores del festival como Bell y L’Oréal, cuyos nombres están estampados en la “Fan Zone” en la que las estrellas se fotografían con frecuencia, u otros que planean activaciones de marca en Festival Street. “Decepcionar a los patrocinadores es un riesgo importante este año y algo que estamos intentando hacer todo lo posible para asegurarnos de apuntalar”, dijo Bailey.
Al final, puede que sean los festivales más pequeños e íntimos los que salgan relativamente indemnes. El Festival de Cine de Nueva York, el último en celebrarse, que dará comienzo a finales de septiembre, sólo ha anunciado hasta ahora tres películas: el thriller de Todd Haynes May December, que ya se estrenó en Cannes en mayo y está protagonizada por Natalie Portman y Julianne Moore, Priscilla de Coppola y Ferrari de Mann (ambas debutan en Venecia). Dado que el NYFF se dirige a una ciudad en la que la gente apenas levanta la vista si Robert DeNiro se cruza con ellos por la calle, no debería tener problemas con menos estrellas. (Dennis Lim, del NYFF, declinó hacer comentarios).
El ganador sorpresa en el sorteo de qué festival funciona mejor en la huelga, entonces, podría ser en realidad Telluride, que comienza el 31 de agosto y es conocido por sus fans como “campamento de verano de cine”. Se celebra en un remoto pueblo de esquí de Colorado y es famoso por no anunciar su programación, ya que es tan difícil llegar a él que, al principio, a veces los directores tenían que renunciar en el último momento porque las copias de sus películas no llegaban a tiempo. El festival no organiza alfombras rojas y se enorgullece de estar centrado en los cineastas.
Telluride celebra además su 50 aniversario y se rumorea que invitará a directores de toda su historia, lo que aportará su propio tipo de poder estelar. El director de Moonlight, Barry Jenkins, lleva 20 años asistiendo y está confirmada su presencia. Se espera que Alexander Payne, un habitual desde hace tiempo, estrene allí su nueva película The Holdovers, protagonizada por Paul Giamatti, y es muy posible que Laura Linney, que tiene una casa en Telluride, se pase por allí. “La gente lo ve como unas vacaciones”, dijo un empleado, que habló bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a hacer comentarios oficiales. “He visto a Willem Dafoe simplemente paseando cuando no tiene una película allí”. (La directora de Telluride, Julie Huntsinger, declinó hacer comentarios).
El aniversario también da una especie de cobertura a los actores que quieren presentarse para apoyar el festival. Hay algo de conflicto de intereses porque tanto Netflix como Amazon Studios/MGM son patrocinadores de firma. Pero el festival en sí estaría fuera de los límites sólo si estuviera totalmente patrocinado por uno de ellos, como el festival de comedia Netflix Is a Joke. Según Crabtree-Ireland, los actores pueden asistir a las proyecciones siempre que no se fotografíen delante de ningún logotipo ni suban al escenario para las preguntas y respuestas. “Es una línea bastante estricta”.
El impacto económico de la huelga en los festivales será probablemente agudo. Pero también podría suponer un muy necesario reajuste, lejos de ser un brazo tan dependiente del complejo industrial de los Oscar, que según Barbera “es cada vez más grande y –yo diría– cada vez más histérico”. Recuerda que el nombre italiano del Festival Internacional de Cine de Venecia es Mostra d’Arte Cinematografica (Muestra del Arte Cinematográfico). Quizá esta sea una oportunidad para volver a ese significado original. “La historia del cine es el equilibrio entre el interés comercial y la expresión artística”, dijo, “y creo que todavía es posible encontrar eso entre ambas partes”.